Luciana, una joven de ojos entre verde y amarillo, casi dorados, imposiblemente parecida a Blanca, se asomó por el cristal, los viajeros reaccionaron al mirarla, su blusón era de un material refulgente y sedoso que reflejaba parcialmente lo que había frente a ella, en este caso el rostro de Ernesto y Blanca, dos jóvenes enamorados de fines de los 70 en el siglo XX, estrellados en su sala.
La puerta de la máquina se abrió y después de segundos eternos contemplándose mutuamente, Ernesto recobró el aliento y habló. -Soy Ernesto, ella es Blanca ¿Qué año es?
La joven los miraba pálida y sin poder hablar. Un hombre alto y delgado se acercó asombrado mientras su hermana contemplaba fijamente a Blanca con asombro, sus manos, sus ojos, las pecas y su pelo rojo tan ondulado como el de ella; un parecido asombroso, y esa pulsera idéntica a su propia pulsera que brillaba verde incrustada de jade y un rubí en su muñeca. -Soy Luciana, él es mi hermano Miguel, hoy es primero de Septiembre, dos mil ochenta y ocho.
Luciana y Miguel extendieron sus manos hacia Blanca y Ernesto -¿De dónde vienen? Preguntó Luciana. Blanca y Ernesto tomaron la mano de sus bisnietos para abandonar por menos de 24 horas la máquina.
En el desayunador de la cocina, Luciana, bañada de lleno por la luz casi rosa y cálida del sol, encendió la cafetera. Ernesto y Blanca contaron cómo su obsesión por la ciencia y el tiempo los llevó hasta ahí. Miguel sirvió el café, a todos les gustaba igual, sin azúcar, con canela. -¿Qué pasó con la atmósfera, es seguro salir? Preguntó Blanca. Luciana abrió la ventana y miró las nubes con calma.
Miguel levantó su mirada oscura para clavarla en los ojos de Blanca y respondió -En 2060 una cepa de los virus que azotaron el planeta desde el veinte-veinte, acabó con una cuarta parte de la humanidad, este virus afectó no sólo a la población de la Tierra, los pioneros de la Luna lo adquirieron y de alguna manera el virus llegó a sus suelos y mutó, dañando la relación magnética de la Luna con la Tierra, que se volvió una amenaza para la vida como la conocemos. Mi hermana trabaja en un laboratorio que buscaba soluciones para este y otros problemas, ella se los podría explicar mejor pero no le gusta mucho hablar de esto.
Luciana sacó del horno el pan de canela y lo repartió mientras terminaba su parte de la historia.
-Descubrí un componente en las piedras rojas de la pulsera que me regaló mi mamá, esta pulsera se la dio su papá, era de mi abuela Julia; la pulsera pasó de generación en generación hasta llegar a mí. Todos la preservaron por que tenía una extraña cualidad en su brillo, una conexión, según decían, con el corazón de su dueño. No sé dónde empezó todo, era igual a la que tienes tú en el brazo izquierdo. Blanca miró su pulsera que se veía un poco opaca después del viaje.
-El asunto. Continuó Luciana -es que la solución al problema del magnetismo siempre estuvo ahí, ya no se encontró más de este material para su extracción en ningún lugar, y todos los que tenían algo de esta piedra lo escondieron por miedo a perderlo. Finalmente entregué todas las incrustaciones de rubí que había en mi pulsera con la esperanza de que fuera suficiente; entregué todas menos esta, para recordar. Dijo señalando el único rubí en su pulsera reluciente de jade. -El campo que generamos para proteger la atmósfera está hecho con los componentes de esas piedras rojas, y ahora el amanecer se ve así por eso. Luciana dio un sorbo a su café y probó el pan.
Miguel concluyó -Por ahora es seguro salir a las calles sin protección en este país, no sabemos hasta cuándo. Sólo sé que esto que cualquiera pudo haber olvidado o escondido para siempre, llegó de generación en generación desde no sé quién hasta nosotros, y salvó al mundo.
Después de recolectar evidencia y reparar la máquina de viaje, pasadas 23 horas en el futuro, Blanca y Ernesto estaban listos para regresar a su época.
Ernesto y Miguel hablaban antes de despedirse, Luciana se acercó a Blanca -Tú eres la primera dueña de la pulsera ¿verdad? Eres mi bisabuela. Blanca, miró en los ojos de Luciana una mirada como la suya, contempló la pulsera ahora repleta de piedrecitas verdes reposando en su muñeca, y sintió algo que nunca imaginó que pudiera sentirse; Blanca pensó en las cosas que acababa de ver suceder para que la historia ocurriera, para que Luciana naciera. Blanca asintió en silencio, y contuvo sus ganas de llorar. Las dos se abrazaron.
Ernesto y Blanca, dentro de la máquina y sin decir una palabra, se prepararon para viajar de regreso.
Mientras veían toda su historia pasar en reversa, Blanca recordó las últimas palabras que Luciana le dijo, las mismas que según contó, le enseñó el abuelo a Sofía, su mamá.
"La fe opera en lo imposible.
La esperanza ve lo que no es como si fuera.
Cada decisión puede revivir lo que parece muerto.
El amor permanece
hasta el final."
Ernesto y Blanca llegaron a su año sin lograr detenerse, rebotando un año atrás, a la tarde de verano en que se conocieron; la máquina explotó desvaneciéndose en el tiempo y lanzando a Ernesto y Blanca al lugar donde les correspondía estar el mismo día de la convención de ciencias, donde los ojos de Blanca buscaron entre la multitud el rostro que amaba, encontrándolo por primera vez, otra vez descubriéndola a ella, de frente, a lo lejos, con toda la gente que iba y venía, sonriéndole a él.
Blanca y Ernesto se veían nuevamente por primera vez, sin pulsera roja, sin historia, ninguno de los dos era lo que podría ser; con todas las mínimas decisiones posibles al frente.
Los dos a lo lejos, sonriéndose con complicidad, se miraron fijamente hasta quedar serios, casi tristes.
Ernesto le hizo una pequeña señal a Blanca. Ella suspiró y miró hacia la ventana, viendo las nubes pasar, y luego a los ojos oscuros de Ernesto, que tenían una interrogación. Blanca contuvo la respiración frente a esa mirada, y asintió con la cabeza. Ernesto sonrió, asintiendo también.
La multitud y las ocupaciones se mezclaron entre los dos, que esperaron hasta el día en que por primera vez, otra vez, ella entraría a la oficina de él, con sus ojos de sol, abriendo una puerta que nadie podría cerrar.
FIN.
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