jueves, 27 de septiembre de 2018

Amantes en la panadería. Parte I

La luz es buena, el pan mejor. Me recomendaron el café de este lugar.

Frente a mí hay dos jóvenes de cabello blanco, parecen estar en sus tardíos cincuenta; mi amaranto se va acabando a consistentes mordidas mientras intento observarlos. La pareja viste de blanco, parecieran de otro lugar pero no, son mexicanos, apariencia de hippies tardíos; son jóvenes, eso es claro, sólo que han vivido muchos años. Ella come croissant, él ya terminó, sus migajas caen con pulcritud.

La pareja está casi frente a mi mesa, mirando adelante, ahora es claro que él tiene más de sesenta, ella inicia los cuarenta. Él lleva el pelo largo en una pinza ámbar, dos arracadas gruesas, cortas, de plata; ella, pixxie.

Mi lectura reposa entre esta agenda y el paraguas que llevo tiempo tratando de perder. Mi café sigue intacto. Con los oídos por fin abiertos, escucho el silencio entre la pareja, el sonido de la panadería-café y el sonido de la cafetera al fondo bajo los foquitos amarillos, una vez me dijeron que escucharlo estimula la imaginación.

Yo pienso que él es su padre, ahora mirándolos otra vez me parece que no se vieron en años, ella estuvo en Francia, donde tuvo un tórrido romance con su profesor, también mexicano, un doctor en filosofía cuyo nombre desconozco, claramente el recuerdo de su extraviado padre; al volver se reencontró con Ignacio, así se llama el papá, ahora un té frappé reposa frente a ellos dos intacto, las migajas, la chica que escribe en la contraesquina de frente a ellos; él, Ignacio, es hermoso, es perfecto, mitad guerrero-mitad mago, un humano entre cien elfos. Lingüista o antropólogo.

Amelia, sin embargo, permanece un misterio; sólo sé que ella y el filósofo han terminado, siempre lo supieron, eso no podría sostenerse a través de los años, a veces todavía se miran cuando cierran los ojos. Por otro lado, ella e Ignacio en realidad no se han reencontrado, sólo intentan de tarde en tarde mirarse de frente, pero siempre terminan sentados del mismo lado, quizá en realidad son así de parecidos.

Los dos se levantan, toman una charola a lo lejos para elegir un pan. El té todavía está helado, lleno, aguardando. Mi amaranto se ha terminado, lo he terminado, la pareja no eligió pan, se han ido. Yo beberé mi café, cojo la revista.

A leer.

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