Ahora que la pareja se ha ido, hay poco movimiento en el café. Yo estoy sentada ahí, sin alguien junto a mí más que la sombrilla, el cuaderno, mi café, las migajas, y un tiempo inesperado para leer. Creí que debía hacer mucho más para merecer existir, creí que era tonta, que no viviría demasiado; durante doce años me agoté por tratar de ser o dejar de ser, pero aquí estoy, soy yo, Lucía, y escribo.
El sonido de la cafetera continúa, afuera la luz es muy brillante y persona tras persona abre la puerta de cristal al interior de la panadería, este aroma a pan los ciega al entrar; yo tomo el sol que se cuela y bebo café, frente a mí hay un espejo pero no me miro en él, solamente siento que vivo, me siento bien. Tengo 30 años y por fin soy feliz [sin pudor al usar esta palabra].
Desde mi lugar busco a lo lejos, entre los panes, los sombreros blancos y la gente con charolas, por si acaso veo de nuevo la cabeza pixxie de Amelia, espero que al menos ella y su padre se encuentren mutuamente; yo no la veo más, se ha ido.
La espuma de mi bebida le cedió su espacio a un sabor cremoso y agrio, el de un capuchino que no esconde la calidad, cuerpo y fuerza de su café, ni con jarabe ni con azúcar, un grano de buena tierra. Yo traté de diluirme en tantas vidas, a los dieciocho sabía quién era y después por ser tantas otras lo olvidé. Durante el Verano, en una de tantas conversaciones con mi Papá, de frente y siendo realistas, me descubrí más y más hasta dejar de necesitar ser otra.
Café, cuaderno, luz. El sonido de la cafetera, la sensación resbalosa de mi revista en donde reposan los dedos; cine, la tinta escrita, tinta deslizándose, la tinta en mis manos; intuición del espacio, despacio, entorno; adentro. No regresaría otra vez a tener dieciocho, lo que antes vislumbraba tan lejos, ahora lo encuentro palpable, visible; lo que antes quería ahora puedo ser y soy.
Me estiro, tengo espacio, tengo tiempo; escucho, me entinto, me expando, me alargo, no soy escasa; soy un aroma, como el pan, como el café.
Ser dejó de ser la guerra; soy esa Palabra que luché con mi Espada, a pesar de las heridas, porque hay heridas antes de las mías, por eso soy y habito en el Lugar de mi descanso. Lo que olvidé, lo que supe, lo que soñé. Lo que leí que soy en el que Es y al que siempre, como pude, amé.
Amelia dejó a su amante-filósofo en Francia para volver a México, para intentar reencontrarse con su papá; yo también regresé a mi tierra, para dejar de perseguir a quienes me daban lo que no tenían, falsos amantes, mis teorías desesperadas de merecer la existencia.
Y ahora sin haberlo sospechado, estoy sentada a la mesa de madera en esta panadería, en este café, y a mi Padre lo veo de frente, lo veo y no me escondo.
Lo sé justo a tiempo, y por fin, me amo.
Gracias a Dios que sigo viva.