martes, 3 de abril de 2018

Enamorada, un ensayo informal, spoileador y subjetivón.



– ¿Alguna vez has estado enamorado?– Le pregunta Eduardo Roberts al general José Juan Reyes que recapitula con los ojos vacíos y responde que no. Más tarde, después de conocer a la señorita Beatriz Peñafiel, a sus chamorros y su genio bien-bonito, el general indaga con su amigo el padre Rafael “Sierrita” quién es ella, y después de escucharlo decir que –ella representa la seguridad y el arraigo de la casa, de la tierra, de lo que no cambia, de lo que no se conquista luchando como tú luchas– Con voz firme y mirándolo de frente, el general Reyes le responde –Muy bien, eso lo comprendo muy bien, pero dime ella, ¿está enamorada? El padre Sierra no sabe que responder.

Llegando al clímax dramático, a Beatriz le pregunta su prometido, Roberts, momentos antes de la boda civil, si está segura de que quiere casase con él, de que no quiere a otro hombre y que sólo lo quiere a él –Porque ese otro hombre te quiere tanto a ti como podría yo quererte– Y mirándola con frialdad y cariñoso respeto, mientras ella tiene perdidos los ojos en otro lugar, en la guerra, en la capilla; con melancolía Roberts le pregunta – ¿Entonces estás segura que estás dispuesta a ser mi esposa? Ella está segura, dice, y él le da un regalo de bodas (bien frívolo), ella camina de su brazo con un vestido negro casi como dirigiéndose a la tumba.

Roberts entre sus tres preguntas no quiere saber si está enamorada, pero ella lo está, ahora sí, de José Juan, a quien alcanza después de huir de su boda junto a las sombras coronadas con su sombrero que pasan marchando sobre ella por la pared al son de una banda de guerra; llevándola hacia él, majestuoso sobre su caballo, en retirada.

Beatriz camina, como las soldaderas, atrás de su general, quien voltea a verla y ya ni puedo narrar su expresión porque eso sólo se pudo y se podrá ver en los ojos y la sonrisa de Pedro Armendáriz papá.

Los dos caminan el camino de la victoria en medio de una gran derrota y el sol hace que estas siluetas orgullosas a contra luz, se le queden fijas a uno, como negativos, en la mente.

Esta sin duda es la película del cine de oro mexicano que más me ha impactado, y además del final, de su premisa social, de ver así a Cholula y la capilla del Rosario; de la épica confesión de amor del General José Juan a la mujer a quien sí se le escapa una lágrima, del carácter fuerte, atrevido y diferente al de otras protagonistas de la época de Beatriz, y de mi súper arrollador crush con Pedro Armendáriz y su José Juan Reyes; especialmente me fascina la fotografía de Gabriel Figueroa siempre y más en la escena de la serenata, con su atmósfera de resguardo en el interior de la habitación de Beatriz, que está despertando dulcemente a su propio (y caótico, machín, guapote, franco) llamado a la aventura, tras la línea luminosa del balcón, ahora entreabierto en secreto.